Ricardo Zodan
Marzo 2014
Desde el año pasado, doy clases en la UNED Sénior así como en alguna otra institución para mayores en Suiza. Os cuento esto, porque nunca antes había sentido tanto placer y satisfacción desde que comencé a ejercer esta profesión.
Cada semana, Cuando llega el día de clase, me siento como un niño que estrena juguete nuevo. Desde el primer instante que entro en la sala, conecto mi llave « USB» en el ordenador, lo enciendo y compruebo que el proyector funciona correctamente, un cosquilleo muy especial empieza a subirme de los pies a la cabeza, pensando ya en cómo se desarrollará la clase del día.
Os cuento: Los alumnos empiezan a llegar y a ocupar sus asientos habituales.Yo sé que sentarse siempre en el mismo lugar, les da una mayor seguridad. Sus saludos cariñosos desde que entran en la sala y esas sonrisas en sus rostros me nutren ya de una energía especial, casi mágica, difícil que describir. Sus miradas expectantes se hacen cada vez más intensas a medida que la sala comienza a llenarse. Dos o tres minutos antes de comenzar oficialmente la clase se oye por ahí: «Venga María, siéntate ya que ya son las 6… después de la clase podrás seguir dándole a la lengua ». Como veis, es María quien simboliza el reloj en clase. En lo que ella se sienta, el silencio se hace casi absoluto y las miradas se concentran todas en la pantalla. Normalmente, trato de hacer coincidir mi saludo oficial de «buenas tardes a todos» con el encendido de la pantalla presentando la primera « diapositiva» de PowerPoint. Suena exagerado quizás, pero me siento como si estuviese encendiendo el alumbrado el primer día de la Feria de Sevilla.
No hay nada más gratificante para un profesor que sentir en los alumnos esas ganas de aprender. Además, y lo mejor de todo, es que si hay alguien que aprende y mucho cada lunes por la tarde en aquella sala de clase, ese soy yo!
Reconozco que cuando acepté dar estos cursos a grupos de la Tercera Edad, sentí un poco de miedo. Me dije que seguramente encontraría más dificultades para lograr captar la atención y sobre todo la concentración de las personas « mayores». También pensé que seguramente habría temas que igual no iba a poder tratar en clase para no herir sensibilidades o para no crear confrontación de ideas, valores y creencias entre los participantes. Una vez más y por dejarme inconscientemente llevar por los estereotipos, qué equivocado estaba !
Probablemente las facultades físicas de algunas personas a partir de una cierta edad no son las mismas que las de personas con menor edad, pero eso sí; la ilusión, las ganas de aprender y sobre todo las ganas de compartir con los demás sus experiencias, sus opiniones y sus emociones, hacen de ellos el mejor «caldo de cultivo» para aprender, discutir y debatir cualquier tema. Ya no solo como profesor, sino como persona, disfrutar como un niño !
En estos cursos la retroalimentación es absoluta. A mí solo me corresponde trazar la línea a seguir teniendo en cuenta los objetivos generales del curso y ellos ponen «la carne en el asador». Qué mejor método pedagógico que aprender de las propias experiencias de las personas ? Nunca antes había aprendido tanto ni nunca antes había disfrutado tanto dando clases.
Ahora tengo más claro que nunca que la sabiduría no está solo en los libros. Ahora bien, también de esta experiencia me ha surgido una pregunta. Si las personas mayores de sesenta años que deciden ampliar y/o compartir sus conocimientos en un curso, tienen motivación, un amplio sentido de la responsabilidad y una gran capacidad de entrega ; si desbordan energía por los cuatro costados, cuentan con mucha experiencia y tienen lo más fundamental cuando de educación y formación se trata: « hambre» de seguir ampliando conocimientos; por qué entonces le ponemos a estas personas la etiqueta de «Tercera Edad » ?
No creo que como sociedad moderna nos podamos sentir orgullosos de haber creado esta denominación social para las personas a partir de una cierta edad.
Las personas mayores se merecen un mayor protagonismo en nuestra sociedad. Creo que a veces olvidamos que de ellos venimos y hacia ellos vamos. Todavía estamos a años luz de lo que podemos darles después de todo lo que ellos han dado por nosotros. Está claro que vivimos en una sociedad en la que los títulos y las etiquetas están muy de moda. El hombre « moderno» es aquel que lleva consigo un « smartphone » o una tableta bajo el brazo y el que pasa horas y horas delante de la pantalla haciendo « amigos».
Para subirme al carro de la « moda» y si de poner un nombre a las personas mayores se trata, yo les pondría entonces «Edad de Primera». Estoy seguro de que me entenderíais mejor si pudieseis verles como yo les veo allí sentados en clase cada lunes, con sus ordenadores portátiles encendidos o sus cuadernos y bolígrafos preparados para anotar cualquier detalle que ellos consideran importante. Ellos sí son de primera. El entusiasmo que desbordan es de primera. El espíritu constructivo y las ganas de aprender son de primera. Y lo más importante, la humildad, el cariño y las ganas de vivir son sinceramente de primera! Qué suerte y que orgulloso estoy de poder compartir en primera persona cada semana con gente de primera!
Ya ni os cuento cómo son los debates que nutren nuestras clases. Eso lo dejo para otra ocasión. Claro que ya os podéis imaginar que esos debates y discusiones son sin duda alguna…
Con el fin de atraer a nuestros socios, alumnos y antiguos alumnos a la literatura, así como a toda persona interesada que esté dispuesta a poner a prueba su sagacidad y capacidad literaria, la asociación se propone
echar un pulso a todos planteando una serie de enigmas literarios, en lo que será el I Desafio Literario de la "Asociación de Alumnos y Antiguos Alumnos del Centro Asociado de la UNED de Berna".
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